Durante la época de verano suelo despertarme apenas sale el sol y después vuelvo a dormirme hasta levantarme en un horario que, según mi criterio, sea mas prudente. Hoy, un día más de verano, en cambio, no sucedió así. Me desperté al alba y decidí levantarme para sentir lo que pasa durante esa hora de la mañana en la que la mayoría de los seres dormimos. Mientras oía el canto de los pajaritos, sentía la brisa fresca y pisaba el rocío que aun permanecía en el pasto, decidí despertar a mis hijas, les dije que se prepararan, que nos iríamos al arroyo, al balneario del pueblo. Y hasta allá fuimos y caminamos por un sendero corto hasta elegir un sitio a la orilla del arroyo donde tomar mate y pasar el rato disfrutando.
Muchas veces estuve ahí, pero esta era la primera vez que estaba con todos los sentidos inmiscuidos en el paisaje, entonces fue que tuve la sensación de estar viviendo en un paraíso. Tal vez el hecho de estar mirándolo desde otra perspectiva, y en un momento del día no tan común para mí, me permitió notar ese paisaje que tantas veces estuvo frente a mí, siempre tan cercano y yo casi ignorando su esplendor.
A modo de reflexión: ¿algo así haremos con la felicidad? Siempre ahí, cercana, en todos lados, paciente esperando a que la veamos, y nosotros mirando para otro lado… ¡Habrá que empezar a aceptarla, abrazarla y no dejarla pasar!